Fragmento del libro "Yo también soy Cercei Lannister" de Divina Buenaventura Estupefacta.





Vergüenza

Siempre fui un poco tímida, así que he vivido un montón de situaciones en las que me sentí profundamente ridícula. Algunas, aún incontables, otras, pues bueno, las voy pudiendo hacer públicas y se convierten en combustible humorístico para explicar con la mayor frescura de dónde pueden crecer ciertos traumas que, a estas alturas, no tienen por qué serlo.

Sentir vergüenza por lo original que habita en mí, es de las cosas más escandalosamente raras que, para mí, tiene la existencia. Sentir vergüenza de elegir lo que elijo, de ser lo que soy, de hacer lo que hago...

Es curioso cómo a veces, para afianzar nuestras identidades, necesitamos descalificar la de otros. Descalificar el diseño anterior, o el diseño de otro, se produce cuando una interferencia entra a observar con perspectiva particular. La interferencia puede ser un visor que contiene parámetros de profunda desvalorización, los cuáles se aquietan, o se calman, cuando ven el error ajeno, de aquello que les resulta inalcanzable...etc.

Otras personas optan por descalificarse a sí mismas, y lanzan todo aquel desprecio que se observa por ese visor hacia uno mismo. Así, uno acaba acostumbrándose a sentir una vergüenza inmensa por lo que esconde, por lo que no querría, jamás de los jamases, ser.

En definitiva, es un visor global, y cada uno lo gestiona según tenga codificados sus parámetros.

Así que, la hermosa frase “no juzgues y no serás juzgado”, nos resulta a todos maravillosa, pero ¿cómo llevarla a la práctica en la realidad?

El observador que tiene parámetros de descalificación, está sustentad@ en una profunda herida, que hace de punto ciego. Se siente en la imposibilidad de desvalidar lo que ve. Busca una identidad valiente que tape aquella identidad herida y vulnerable. Prefiere ser vist@ como guerrer@, que como fracasad@, débil.

Juzga con muchísima dureza a la cobardía, a no saber, a que le tomen por tonto, a que le tomen por “bueno”, a la sumisión...etc. Descalifica aquel diseño sumiso y débil, y lo niega absolutamente, para apartarlo de sí mism@.

La aceptación de esa versión de uno mismo en la que somos débiles, sumisos, cobardes, en referencia externa... etc., en definitiva, que no somos nosotros mismos, no es tarea fácil. Siempre me dio mucho más placer ser y parecer la bravucona valiente, alegre y exitosa, que sentir que un@ está vencid@, fracasad@, que se equivocó mil y una vez, que tiene una profunda herida y una noche en su corazón.

¿Qué es el valor entonces? ¿Qué es, realmente, tener la capacidad de mostrar coraje? No sé para ustedes, pero para mí, que dejé trabajos así, como las folklóricas, y fui aplaudida por ello, que crucé el Atlántico para encontrar al amor de mi vida... la verdad, nunca hice nada que tenga tantísimo coraje como incluir y ver con amor a esa niña asustada, herida y necesitada, fracasada y agotada de caminar, débil y sumisa, sumamente confundida, llena de valores que la atan y de ideas que no son propias en absoluto, que las utilizó una y otra vez para adaptarse, para ser querida, para ser incluida... nada con más coraje que darle la oportunidad de que madure, de que observe en sí misma, sacarle la mirada fiscalizadora que siempre tuve sobre ella, y dejar que florezca lo que realmente sale desde lo más profundo de su corazón. 

Regar la semilla del individuo, con Respeto, por primera vez, con Respeto hacia mi mism@. 


Divina Buenaventura Estupefacta

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