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Mostrando entradas de noviembre, 2014

No te conozco, pero te puedo entender

No te conozco, no sé por qué lugar andan tus sueños, o tus miedos. No sé por dónde están tus heridas, ni cuándo ni por qué te sientes herido con mis palabras, miradas, gestos o actos. No te conozco, pero sé que los pensamientos con los que hablas son palabras que se sienten perdidas, que buscan ser amadas desde tiempo inmemorial. Lo sé, porque estamos fabricados de lo mismo, porque la violencia que parece inundarte y esclavizarte, la ira que reacciona después de sentirse herido, es exactamente la misma que la mía. Como lo veo en mí, lo puedo entender en ti. No nos conocemos, pero existe un espacio por el cuál estamos unidos más allá de cualquier imagen de separación. Antes de elegir la violencia, en cualquiera de sus formas, siempre puedo elegir la libertad.

Lindo Marcello

Y tuvo que llegar aquella mañana del mes de Enero, para corroborarle que la vida de uno se va completando a sí misma, con la presencia de aquellos que jamás imaginamos que serían compañeros de nuestra vida.     -Disculpe, Señora. Estoy buscando el número 27 de la calle Velázquez, ¿me puede decir si voy bien por aquí? Miró hacia abajo, que era de donde procedía la voz. Un setter irlandés de pelo largo y tostado, -del color de la puerta de roble que le había llamado tanto la atención en la casa de los Barreda-, se dirigía a ella con un papelito entre las patas en el que figuraba una dirección.     -Yo vivo en el número 27.     -¿Es usted Encarnación?     -Si.     -Disculpe, no me he presentado. Soy Marcello; aunque tengo por costumbre que mis amos tengan a bien ponerme el nombre que consideren oportuno.     -¿Marcello?     -Si... pensé que... ya me conocería... como le entregaron los diarios de Mercedes...     -Marcello... ¿eres tú? El perro asintió, y ella, no dudó ni por un momento.   

De los perros y su perrunidad

A veces, a uno le suceden cosas inquietantes, pero no se da cuenta de ellas hasta pasado un tiempo. Esto fue lo que pasó con el oído de Marcello. Al principio, parecía que escuchara interferencias todo el tiempo, como si hubiera comenzado a experimentar la sensación de captar radiofrecuencias a cada rato. Sonidos débiles o intensos, de cualquier forma y posición, era capaz casi de verlos, de tocarlos. Todos ellos se agolpaban en sus oídos con la intención de ser desencriptados de aquel código indescifrable en el que convergían alrededor de sus orejas. Allí confluían para dibujarse en un apelotonamiento de notas que se peleaban las unas con las otras, por aparecer las primeras en el interior del receptor.  Poco a poco, el aparente batiburrillo sonoro fue suavizándose, limándose a sí mismo. Fueron apareciendo los primeros atisbos de sentido, y así iba descubriendo más y más entendimiento en el anterior entuerto, hasta que fue capaz de descifrar con precisión cada uno de los sonidos qu

Distintos animales

Con la marcha de Beatriz, la familia quedó reducida a una trinidad bien avenida. Desde que abriera el restaurante, Encarna pasaba poco tiempo en casa. No le gustaba dejar a Marcello solo, pero tampoco podía llevarlo al local mientras hubiera clientes, así que, el perro pasaba mucho tiempo paseando por el Retiro, o dando vueltas por el barrio. Le encantaba disfrutar del caminar lento, del ruido del tráfico y, sobre todo, le fascinaba encontrarse en el reflejo de los cristales de los comercios. Le divertía la idea de verse a sí mismo, y le gustaba erguirse un poco, para salir más favorecido en la imagen. Esa coquetería, en parte, la había desarrollado con Encarnación. Ella siempre le insistía en la importancia de encontrarse una visión agradable al mirar el espejo, así que, le cepillaba el pelo y lo ponía guapo, desde primera hora de la mañana. El orgullo canino llegaba entonces a su máximo esplendor. Se sentía en lo mejor de su vida; era un perro maduro, pero aún ágil, capaz de atraer l

Un parto cósmico

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Cuando Brígida quedó encinta de Graciosa, se pasó todo el embarazo mirando a las estrellas. Cuando entraba el anochecer, miraba por la ventana, apoyada como si fuera una niña contemplando el vuelo de caballitos alados. - ¿Qué haces Brigi? , le preguntaba su marido. - Nada , contestaba ella. Y no mentía, porque en realidad no hacía nada. Simplemente le gustaba mirar el universo, observar todas aquellas estrellas brillando desde vete tú a saber dónde. Solo contemplaba la que creía obra de Dios, a veces, y otras tantas creía únicamente un sueño. [...] Medio sonreía al pensar que aquella luz que veía era, quizás, un imposible del pasado, que probablemente ya no estaría allí lo que en otro tiempo iluminó. De vez en cuando veía pasar una estrella fugaz, y se admiraba de la infinitud de lo que contemplaba. Jamás tuvo el atrevimiento de pedirle un deseo. Ella sabía que, en el fondo, uno vive lo que tiene dentro, y que de nada sirve pedirle a una piedra incandescente lo que ya tenemos, p

¿Puede amarse tanto como amo yo?

“Hay momentos en los que dudo de todo, incluso de mi existencia, como si  lo visible fuese una película inventada por mí. En esos momentos, me pregunto si no estaré falta de imaginación, porque quizás con algo más de empeño, o de tesón, o de autoafirmación, el rodaje tendría mejores resultados. Y entonces me voy paseando de un lado al otro del optimismo y del pesimismo, dejando desterrado ese equilibrio ansiado que a veces me exaspera. Como el pelo, si: corto o largo, no me veo en medias tintas; estas medias tintas por las que la obligación me decanta. Esos días, el consuelo me enoja y el enojo me da risa... la cuestión es llevar la contraria. ¡Qué peligrosos son los complejos! Te hacen verte como una maraña de inseguridades pegajosas, que no terminan de salir ni con friegas de alcohol de romero. Otros días, cuando el viento gira del este, o del oeste, (lo mismo da, al fin y al cabo lo importante es que cambie), admiro la belleza de una hoja de hierba: desde las de Withman, a las del p

Naturaleza viva

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                                             Imagen de Andrey Yakovlev y Lili Aleeva No tengo un par de zapatos para ir de fiesta. No tengo vestido de domingo, ni abrigo para ocasiones importantes. Nunca me gustó reunirme con otras mujeres a hablar de cosas de mujeres, ni salir de tiendas. No gasto dinero en pintauñas ni en cremas hidratantes. No celebro “el día de”, ni hago fiestas de cumpleaños. No doy sorpresas a nadie con regalos inesperados; pero sí soy capaz de esperarte durante horas para acariciar tu piel bajo un rayo de sol. Durante mucho tiempo intenté adaptarme a las costumbres femeninas sociales, hasta que el esfuerzo me llevó al colapso. Creía que ser mujer pasaba por adaptarse al modelo de ser independiente, segura, que no se aferra emocionalmente al hombre y que tiene sexo rápido y desapegado el fin de semana. Creía que debía ser feminista, femenina y otras miles de cosas que no veía ni de lejos dentro de mí. Creía que algo erróneo había en mi interior, as