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Mostrando entradas de marzo, 2014

Confesiones de una streaper de la moral, del Evangelio perdido

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A mí me educaron para ser buena persona, para decir sí cuando hay que que decir sí, para decir no cuando hay que decir no, para decir gracias por cortesía y para pedir más permiso que perdón. Me educaron para que primara el bienestar de los demás por delante del mío propio, me educaron para ser seguidora, para obedecer, para escuchar palabrería con ojos de entusiasmo y para tender una mano a quien portaba en ella un cuchillo para cortármela. Me educaron para tragar enfados, para ahogar gritos, para mantener la compostura en toda situación. Me educaron para tolerar al intolerante y para juzgar con dura estaca a quién se salga de la moral. Me educaron para separarme de pecadores y para renegar de los que buscan su propio camino. Me educaron para decir sí a la autoridad, sin planteamientos, incondicionalmente. Me educaron, en fin, para no ser quien soy, para ponerme la máscara de la vida social, para compartir la falsedad con todos aquellos que la portan orgullosos y convencidos de hac

Evangelio perdido: Marioneta de labios rojos

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Mis hermanas mayores, Graciosa y Espejo, se aparecían ante mí pintándome los labios y cardando mi pelo. Tendría yo unos ocho años, y me estaban disfrazando para la fiesta de carnaval del colegio. Como mi familia no tenía muchos recursos por aquel entonces, y no había dinero para comprar vestidos o trajes de princesa, mis hermanas se las ingeniaban para disfrazarme con lo que hubiera por casa, que en aquel momento eran una minifalda, unos zapatos de tacón de flamenca rojos con lunares blancos, una camiseta estrecha y un pequeño bolso rojo a juego con los zapatos. Me cardaron el pelo y me pintaron los párpados de negro y los labios de rojo intenso. Cuando terminaron la obra se rieron como si se les fuese a escapar la vida por la boca. ¿De qué os reís? Nada tonta... que estás muy guapa. ¿Y de qué voy disfrazada? De rockera, tú diles a las monjas que vas de Tina Turner. Tardé varios años en comprender que la verdadera intención de aquellas dos pícaras adolescentes era la de vestirm

Evangelio perdido: Adoración fraterna

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Graciosa y Espejo eran las más guapas del barrio y, quizás, las más guapas de mi ciudad. No es que lo diga por amor de familia, que también lo hago, sino que era un hecho verificable, científico, físico y nuclear.  Es matemático - diría mi padre. Además de ser guapas, disfrutaban también del recato sexual que nos había provisto el colegio católico, de modo que su castidad las hacía aún más atrayentes a los ojos del león que busca presa. Cuando iban a salir, me gustaba mirarlas arreglarse. Estaba presente cuando se duchaban, cuando se depilaban, cuando se pintaban... era como si fuera una segunda escuela. Cuando se iban, yo me metía en el baño y hacía lo mismo, con la misma dedicación, haciéndome la mayor y, sobre todo, haciéndome la guapa. Me miraba al espejo y me tocaba el pelo como ellas, con la barbilla hacia arriba, sacando un poquito los labios hacia fuera, como si supiera que todos los hombres del bar quisieran besarme. Porque yo pensaba eso, que todos los hombres querían

Evangelio perdido: una loba esteparia

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A veces quiero creer que no, que no soy de aquel tipo de personas que encajan en los atributos de los lobos esteparios, pero cada suceso que acontece en mi vida me indica lo contrario, me señala el camino de la indiferencia para con el sentimentalismo, de la intolerancia para con la falsa amabilidad y las posturas de la "convivencia social". Ya mi cuerpo y mi voz no consienten en decirle a alguien sí, si siento no, o abrazar una conversación inapetente con la paciencia que otro tiempo me caracterizó. He comenzado a no entender por qué las personas cedemos a la carencia y a lo pequeño con tanta facilidad, dejando oculto lo verdadero, como si no fuese ni la mitad de importante. Creemos que callamos por no ofender, o que hacemos por no dañar, pero el daño que infligimos con la mentira de vivir socialmente como animales de manada, educados en la más esclava de las manadas, es de ingentes proporciones. Y yo veo el daño, el daño intenso y doloroso de vivir enajenado en

Espejo, o el placer de ser uno mismo

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Decía Spinoza que la libertad consiste en guiarse por las propias leyes, y no por las de los demás. Eso Espejo parecía traerlo de fábrica. Ni siquiera tuvo que aprenderlo. Pareciera que sus genes trajesen incorporado el programa que maneja la libertad del individuo con soltura. A Espejo jamás le importó lo que pensaran de ella, y mucho menos hizo nunca lo que otra persona quisiera sin estar de acuerdo previamente consigo misma.  Cuando cumplió los dieciocho años se fue a vivir con el Choto, el carnicero del barrio, varios años mayor que ella, formal y responsable como pocos. No preguntó a sus padres si podía hacerlo; más bien informó sobre el asunto. Brígida puso muchas objeciones que tuvo que tragarse debido a la insistencia de su hija. Tenía tan claras sus intenciones, que era mejor aceptarlas que llevarle la contraria. De una u otra forma lo haría. “ Mejor ir con ella en la decisión , -pensó la madre-, que enfrentarnos eternamente y perderla .” Por supuesto, las habladur

Los primeros síntomas

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Después de divagar mentalmente entre distintos países y lugares de extraordinaria belleza natural, los pensamientos de Graciosa se detuvieron en la floristería del barrio.  SE NECESITA DEPENDIENTA Buena presencia Ella tenía una excelente presencia, así que, en cuanto habló con Lirio, el dueño del establecimiento, que la conocía desde la infancia, al igual que a toda su familia, la contrató inmediatamente.  Graciosa dijo que había sentido la llamada de la vocación de florista en el mismo instante que pasó por el escaparate y leyó el anuncio. Que las mismas flores que brillaban desde el interior, estaban perfumando toda la calle, y se dijo: ¿qué mejor lugar para trabajar que entre rosas y claveles? Ese mismo lunes por la mañana comenzó con sus nuevas obligaciones laborales. Todo iba a las mil maravillas, aparentemente, hasta que, con la llegada de la primavera, llegaron también unos molestos estornudos, picores y mucosidades que nunca antes había tenido. El médico l

Divina anarquía

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Divina anarquía Para sus dieciocho años ya se había convertido en una auténtica atea, una cruel enemiga de todo lo que tuviera que ver con Dios, y más aún con sus seguidores. Entabló una especie de anarquía divina, en la que decidió que ella misma sería quien dirigiría su moralidad, sus actos, que no aceptaría las palabras de otro en cuestiones celestiales, pues vendrían de una mente igual de pequeña e insignificante que la suya. La decisión era, por tanto: no creo en Dios, hasta que yo misma demuestre lo contrario. Lástima que tardase unos años más en utilizar esa potente determinación para sí misma, para su propia vida, para esa absurda obediencia a las normas del comportamiento social.  Divina parecía vivir en dos mundos diferentes: uno interno, oscuro y enigmático; y otro externo dedicado a satisfacer las necesidades de los demás. En raras ocasiones daba un no por respuesta. Si entraba en una tienda, difícilmente se marchaba sin comprarse algo; no le gustaba decepci