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Mostrando entradas de 2014

Clase de espeleología con Emilio Castelar "LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS: MANUSCRITOS DEL MAR REVUELTO"

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Coracha parecía cumplir con todos los requisitos que le había pedido a lo que debía ser un hombre: era crístico, nirvánico, rimbaudiano, drogadicto y profundamente triste. Encajaba conmigo como un buen tinte de pelo, o las gafas adecuadas. Curiosamente, me ignoró hasta que empecé a dejar de fingir. Dejé de hacerme la femenina, dejé de querer pasar por ingenua, dejé de hacerme la simpática y dejé de sonreír a todo aquel que me pasaba por delante. Él, sin saberlo, me lo había enseñado. Empecé, sencillamente, a observar las actitudes naturales que nacían al relacionarme con los demás, y a permitirme ser y mostrar la espontaneidad de lo que llevaba conmigo. Aquel hecho me produjo un descanso fuera de lo común; no dejé de sentirme triste, ni vacía, ni distinta, ni rara, ni inferior a los demás, pero por primera vez no tenía que ponerme una máscara para parecer otra cosa. Sencillamente, el juez que detestaba a aquel personaje, se había ido, y ahora éramos el personaje y yo, como en un due

Coracha

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Algunas mujeres dicen que se pintan para sí mismas, para verse más guapas; yo las creo, pero nunca fue mi caso. Yo me pintaba para él, para Coracha, para que me mirase, aunque fuera de reojo, cuando me sentaba cerca de él en clase Historia, o cuando salíamos a fumar al descansillo. Me perfumaba y me vestía para él, me ponía a dieta por él, y tenía también falta de sueño y de mejores calificaciones por él. Le obs ervaba tomar el cigarrillo entre sus manos, y fruncir el ceño para encenderlo. Amaba apasionadamente el humo que salía de aquellos labios, y la mirada aterradora con la que se deshacía de las bromas estúpidas de sus amigos. Amaba cada detalle de aquella piel exenta de poros, de madurez. Era un Peter Pan oscuro y triste, nunca sonreía, siempre vestía de negro: era la expresión más sutil de mis deseos ocultos.  Un día coincidimos al mismo tiempo bajo las jambas de la puerta de entrada a clase. Extendió su brazo para incitarme a pasar. No tenía pinta ser

Masturbación espiritual

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Él me dijo: - “ Por un instante siente que todo el tiempo está ahora, el pasado que pasó, este momento también, y el futuro que vendrá y a la vez ya fue. Por un instante despréndete de todo lo que leíste, todo lo que escuchaste, todas las “verdades” que te suenan muy profundo porque te llegaron al corazón. Despréndete de todo y de todos. Abandona toda conclusión, todo el tener o no tener razón, toda teoría, toda práctic a, toda alegría y todo enojo. Desecha estas palabras a medida que las escuchas. Ya no están. Por un instante, descubre que, simplemente, no sabes absolutamente nada, y en esa pasmosa y vertiginosa presencia del no saber, camina hacia el abismo. ¡Has llegado a tantas conclusiones espirituales...! Es el momento de soltarlas. Has creído que vivías, pero solo pensabas que vivías, te masturbaste filosóficamente llegando a entendimientos con conceptos elevados. Creíste sentir, a través de esas conclusiones, lo que es vivir; pero hasta que no aband

No te conozco, pero te puedo entender

No te conozco, no sé por qué lugar andan tus sueños, o tus miedos. No sé por dónde están tus heridas, ni cuándo ni por qué te sientes herido con mis palabras, miradas, gestos o actos. No te conozco, pero sé que los pensamientos con los que hablas son palabras que se sienten perdidas, que buscan ser amadas desde tiempo inmemorial. Lo sé, porque estamos fabricados de lo mismo, porque la violencia que parece inundarte y esclavizarte, la ira que reacciona después de sentirse herido, es exactamente la misma que la mía. Como lo veo en mí, lo puedo entender en ti. No nos conocemos, pero existe un espacio por el cuál estamos unidos más allá de cualquier imagen de separación. Antes de elegir la violencia, en cualquiera de sus formas, siempre puedo elegir la libertad.

Lindo Marcello

Y tuvo que llegar aquella mañana del mes de Enero, para corroborarle que la vida de uno se va completando a sí misma, con la presencia de aquellos que jamás imaginamos que serían compañeros de nuestra vida.     -Disculpe, Señora. Estoy buscando el número 27 de la calle Velázquez, ¿me puede decir si voy bien por aquí? Miró hacia abajo, que era de donde procedía la voz. Un setter irlandés de pelo largo y tostado, -del color de la puerta de roble que le había llamado tanto la atención en la casa de los Barreda-, se dirigía a ella con un papelito entre las patas en el que figuraba una dirección.     -Yo vivo en el número 27.     -¿Es usted Encarnación?     -Si.     -Disculpe, no me he presentado. Soy Marcello; aunque tengo por costumbre que mis amos tengan a bien ponerme el nombre que consideren oportuno.     -¿Marcello?     -Si... pensé que... ya me conocería... como le entregaron los diarios de Mercedes...     -Marcello... ¿eres tú? El perro asintió, y ella, no dudó ni por un momento.   

De los perros y su perrunidad

A veces, a uno le suceden cosas inquietantes, pero no se da cuenta de ellas hasta pasado un tiempo. Esto fue lo que pasó con el oído de Marcello. Al principio, parecía que escuchara interferencias todo el tiempo, como si hubiera comenzado a experimentar la sensación de captar radiofrecuencias a cada rato. Sonidos débiles o intensos, de cualquier forma y posición, era capaz casi de verlos, de tocarlos. Todos ellos se agolpaban en sus oídos con la intención de ser desencriptados de aquel código indescifrable en el que convergían alrededor de sus orejas. Allí confluían para dibujarse en un apelotonamiento de notas que se peleaban las unas con las otras, por aparecer las primeras en el interior del receptor.  Poco a poco, el aparente batiburrillo sonoro fue suavizándose, limándose a sí mismo. Fueron apareciendo los primeros atisbos de sentido, y así iba descubriendo más y más entendimiento en el anterior entuerto, hasta que fue capaz de descifrar con precisión cada uno de los sonidos qu

Distintos animales

Con la marcha de Beatriz, la familia quedó reducida a una trinidad bien avenida. Desde que abriera el restaurante, Encarna pasaba poco tiempo en casa. No le gustaba dejar a Marcello solo, pero tampoco podía llevarlo al local mientras hubiera clientes, así que, el perro pasaba mucho tiempo paseando por el Retiro, o dando vueltas por el barrio. Le encantaba disfrutar del caminar lento, del ruido del tráfico y, sobre todo, le fascinaba encontrarse en el reflejo de los cristales de los comercios. Le divertía la idea de verse a sí mismo, y le gustaba erguirse un poco, para salir más favorecido en la imagen. Esa coquetería, en parte, la había desarrollado con Encarnación. Ella siempre le insistía en la importancia de encontrarse una visión agradable al mirar el espejo, así que, le cepillaba el pelo y lo ponía guapo, desde primera hora de la mañana. El orgullo canino llegaba entonces a su máximo esplendor. Se sentía en lo mejor de su vida; era un perro maduro, pero aún ágil, capaz de atraer l

Un parto cósmico

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Cuando Brígida quedó encinta de Graciosa, se pasó todo el embarazo mirando a las estrellas. Cuando entraba el anochecer, miraba por la ventana, apoyada como si fuera una niña contemplando el vuelo de caballitos alados. - ¿Qué haces Brigi? , le preguntaba su marido. - Nada , contestaba ella. Y no mentía, porque en realidad no hacía nada. Simplemente le gustaba mirar el universo, observar todas aquellas estrellas brillando desde vete tú a saber dónde. Solo contemplaba la que creía obra de Dios, a veces, y otras tantas creía únicamente un sueño. [...] Medio sonreía al pensar que aquella luz que veía era, quizás, un imposible del pasado, que probablemente ya no estaría allí lo que en otro tiempo iluminó. De vez en cuando veía pasar una estrella fugaz, y se admiraba de la infinitud de lo que contemplaba. Jamás tuvo el atrevimiento de pedirle un deseo. Ella sabía que, en el fondo, uno vive lo que tiene dentro, y que de nada sirve pedirle a una piedra incandescente lo que ya tenemos, p

¿Puede amarse tanto como amo yo?

“Hay momentos en los que dudo de todo, incluso de mi existencia, como si  lo visible fuese una película inventada por mí. En esos momentos, me pregunto si no estaré falta de imaginación, porque quizás con algo más de empeño, o de tesón, o de autoafirmación, el rodaje tendría mejores resultados. Y entonces me voy paseando de un lado al otro del optimismo y del pesimismo, dejando desterrado ese equilibrio ansiado que a veces me exaspera. Como el pelo, si: corto o largo, no me veo en medias tintas; estas medias tintas por las que la obligación me decanta. Esos días, el consuelo me enoja y el enojo me da risa... la cuestión es llevar la contraria. ¡Qué peligrosos son los complejos! Te hacen verte como una maraña de inseguridades pegajosas, que no terminan de salir ni con friegas de alcohol de romero. Otros días, cuando el viento gira del este, o del oeste, (lo mismo da, al fin y al cabo lo importante es que cambie), admiro la belleza de una hoja de hierba: desde las de Withman, a las del p

Naturaleza viva

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                                             Imagen de Andrey Yakovlev y Lili Aleeva No tengo un par de zapatos para ir de fiesta. No tengo vestido de domingo, ni abrigo para ocasiones importantes. Nunca me gustó reunirme con otras mujeres a hablar de cosas de mujeres, ni salir de tiendas. No gasto dinero en pintauñas ni en cremas hidratantes. No celebro “el día de”, ni hago fiestas de cumpleaños. No doy sorpresas a nadie con regalos inesperados; pero sí soy capaz de esperarte durante horas para acariciar tu piel bajo un rayo de sol. Durante mucho tiempo intenté adaptarme a las costumbres femeninas sociales, hasta que el esfuerzo me llevó al colapso. Creía que ser mujer pasaba por adaptarse al modelo de ser independiente, segura, que no se aferra emocionalmente al hombre y que tiene sexo rápido y desapegado el fin de semana. Creía que debía ser feminista, femenina y otras miles de cosas que no veía ni de lejos dentro de mí. Creía que algo erróneo había en mi interior, as

Mi madre: Brígida Estupefacta

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Dibujo de Iban Barrenetxea Brígida Estupefacta era hija de padres desconocidos. La dejaron en un cestito, muy bien acolchado y calentito, a la puerta de un convento, como se solía hacer en los tiempos en los que tener un hijo fuera del matrimonio no resultaba suficientemente cristiano. Sor Ana del Tiempo, la monja que se encontró con el mencionado pastel, quedó con una cara tan tiesa con la visión de la niña, que el convento, por mayoría absoluta, decidió poner de apellido a la chiquilla Estupefacta, mejor que de nombre, para que no resultase demasiado obvio.  Brígida era fea hasta decir basta. Era tan fea que las monjas no querían ni mirarla. Y como este asunto les traía cargo de conciencia, todas ellas recibían confesión constante al respecto de manos del Padre Lázaro, que las consolaba en el confesionario diciendo: “ Es que es muy fea, hijas, no os preocupéis, que Dios os perdonará el desprecio. Estos son casos en los que Él mismo, seguramente, reconocerá que se equi

Mi padre: Godofredo Buenaventura

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Cuadro de Tamara de Lempika Godofredo Buenaventura era un hombre de los de antes: con su trajecito impecable, su pañuelo con la inicial de su nombre bordada y los zapatos relucientes. Llevaba su uniforme de camarero tan impoluto, que si le daba directamente un rayo de sol podría llegar a deslumbrarte. Era tan insufriblemente limpio que a las chicas les daba asco; porque, ciertamente, hay un límite que no es necesario sobrepasar, y Godofredo se había extralimitado de la raya por pura obsesión. Dice un refrán popular: “No hay guarro que no sea escrupuloso”, y parece tener razón la sabiduría del pueblo, ya que el exceso de escrúpulos nos hace, por instinto, creer que aquel que posee cantidades ingentes de los mismos, es sin duda un guarro encubierto. De ahí el asco que provocan en los demás, a pesar de su aspecto inmaculado. En fin, que Godofredo, sin ser feo, era bastante asqueroso, de modo que, al compartir con Brígida el rechazo de la sociedad, parece que aquello fue suficiente

Evangelio de Divina Buenaventura Estupefacta

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Acababa de terminar de ver Léolo , una película canadiense que dejó mi sentimiento dispuesto en una especie de escaparate muy, muy transparente. La canción de Bianca sonaba en mi cabeza. La tarareé durante días. Por momentos, solo sus acordes llenaban mi pensamiento. El tema iba y venía a su antojo, de esa forma en la que se introducen las canciones, o quizás una simple sintonía: como el agua entra irremediablemente por los poros de la piel. Mediodía me decía que estaba obsesiva, pero yo casi no la escuchaba. Ella intentaba contarme los problemas que estaba teniendo con su jefa, pero yo casi no la escuchaba. Tenía que combatir con la canción para dejar el espacio suficiente que recibiera sus palabras. Y en plena guerra musical con Bianca, apareció el entendimiento espontáneo: no me interesaba en absoluto lo que me estaba contando Mediodía. Era algo tan simple que me sorprendió no haberme dado cuenta antes. Llevaba años escuchándola, y siempre había algo en mi mente que se interp

Confesiones de una streaper de la moral, del Evangelio perdido

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A mí me educaron para ser buena persona, para decir sí cuando hay que que decir sí, para decir no cuando hay que decir no, para decir gracias por cortesía y para pedir más permiso que perdón. Me educaron para que primara el bienestar de los demás por delante del mío propio, me educaron para ser seguidora, para obedecer, para escuchar palabrería con ojos de entusiasmo y para tender una mano a quien portaba en ella un cuchillo para cortármela. Me educaron para tragar enfados, para ahogar gritos, para mantener la compostura en toda situación. Me educaron para tolerar al intolerante y para juzgar con dura estaca a quién se salga de la moral. Me educaron para separarme de pecadores y para renegar de los que buscan su propio camino. Me educaron para decir sí a la autoridad, sin planteamientos, incondicionalmente. Me educaron, en fin, para no ser quien soy, para ponerme la máscara de la vida social, para compartir la falsedad con todos aquellos que la portan orgullosos y convencidos de hac

Evangelio perdido: Marioneta de labios rojos

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Mis hermanas mayores, Graciosa y Espejo, se aparecían ante mí pintándome los labios y cardando mi pelo. Tendría yo unos ocho años, y me estaban disfrazando para la fiesta de carnaval del colegio. Como mi familia no tenía muchos recursos por aquel entonces, y no había dinero para comprar vestidos o trajes de princesa, mis hermanas se las ingeniaban para disfrazarme con lo que hubiera por casa, que en aquel momento eran una minifalda, unos zapatos de tacón de flamenca rojos con lunares blancos, una camiseta estrecha y un pequeño bolso rojo a juego con los zapatos. Me cardaron el pelo y me pintaron los párpados de negro y los labios de rojo intenso. Cuando terminaron la obra se rieron como si se les fuese a escapar la vida por la boca. ¿De qué os reís? Nada tonta... que estás muy guapa. ¿Y de qué voy disfrazada? De rockera, tú diles a las monjas que vas de Tina Turner. Tardé varios años en comprender que la verdadera intención de aquellas dos pícaras adolescentes era la de vestirm

Evangelio perdido: Adoración fraterna

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Graciosa y Espejo eran las más guapas del barrio y, quizás, las más guapas de mi ciudad. No es que lo diga por amor de familia, que también lo hago, sino que era un hecho verificable, científico, físico y nuclear.  Es matemático - diría mi padre. Además de ser guapas, disfrutaban también del recato sexual que nos había provisto el colegio católico, de modo que su castidad las hacía aún más atrayentes a los ojos del león que busca presa. Cuando iban a salir, me gustaba mirarlas arreglarse. Estaba presente cuando se duchaban, cuando se depilaban, cuando se pintaban... era como si fuera una segunda escuela. Cuando se iban, yo me metía en el baño y hacía lo mismo, con la misma dedicación, haciéndome la mayor y, sobre todo, haciéndome la guapa. Me miraba al espejo y me tocaba el pelo como ellas, con la barbilla hacia arriba, sacando un poquito los labios hacia fuera, como si supiera que todos los hombres del bar quisieran besarme. Porque yo pensaba eso, que todos los hombres querían

Evangelio perdido: una loba esteparia

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A veces quiero creer que no, que no soy de aquel tipo de personas que encajan en los atributos de los lobos esteparios, pero cada suceso que acontece en mi vida me indica lo contrario, me señala el camino de la indiferencia para con el sentimentalismo, de la intolerancia para con la falsa amabilidad y las posturas de la "convivencia social". Ya mi cuerpo y mi voz no consienten en decirle a alguien sí, si siento no, o abrazar una conversación inapetente con la paciencia que otro tiempo me caracterizó. He comenzado a no entender por qué las personas cedemos a la carencia y a lo pequeño con tanta facilidad, dejando oculto lo verdadero, como si no fuese ni la mitad de importante. Creemos que callamos por no ofender, o que hacemos por no dañar, pero el daño que infligimos con la mentira de vivir socialmente como animales de manada, educados en la más esclava de las manadas, es de ingentes proporciones. Y yo veo el daño, el daño intenso y doloroso de vivir enajenado en

Espejo, o el placer de ser uno mismo

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Decía Spinoza que la libertad consiste en guiarse por las propias leyes, y no por las de los demás. Eso Espejo parecía traerlo de fábrica. Ni siquiera tuvo que aprenderlo. Pareciera que sus genes trajesen incorporado el programa que maneja la libertad del individuo con soltura. A Espejo jamás le importó lo que pensaran de ella, y mucho menos hizo nunca lo que otra persona quisiera sin estar de acuerdo previamente consigo misma.  Cuando cumplió los dieciocho años se fue a vivir con el Choto, el carnicero del barrio, varios años mayor que ella, formal y responsable como pocos. No preguntó a sus padres si podía hacerlo; más bien informó sobre el asunto. Brígida puso muchas objeciones que tuvo que tragarse debido a la insistencia de su hija. Tenía tan claras sus intenciones, que era mejor aceptarlas que llevarle la contraria. De una u otra forma lo haría. “ Mejor ir con ella en la decisión , -pensó la madre-, que enfrentarnos eternamente y perderla .” Por supuesto, las habladur

Los primeros síntomas

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Después de divagar mentalmente entre distintos países y lugares de extraordinaria belleza natural, los pensamientos de Graciosa se detuvieron en la floristería del barrio.  SE NECESITA DEPENDIENTA Buena presencia Ella tenía una excelente presencia, así que, en cuanto habló con Lirio, el dueño del establecimiento, que la conocía desde la infancia, al igual que a toda su familia, la contrató inmediatamente.  Graciosa dijo que había sentido la llamada de la vocación de florista en el mismo instante que pasó por el escaparate y leyó el anuncio. Que las mismas flores que brillaban desde el interior, estaban perfumando toda la calle, y se dijo: ¿qué mejor lugar para trabajar que entre rosas y claveles? Ese mismo lunes por la mañana comenzó con sus nuevas obligaciones laborales. Todo iba a las mil maravillas, aparentemente, hasta que, con la llegada de la primavera, llegaron también unos molestos estornudos, picores y mucosidades que nunca antes había tenido. El médico l

Divina anarquía

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Divina anarquía Para sus dieciocho años ya se había convertido en una auténtica atea, una cruel enemiga de todo lo que tuviera que ver con Dios, y más aún con sus seguidores. Entabló una especie de anarquía divina, en la que decidió que ella misma sería quien dirigiría su moralidad, sus actos, que no aceptaría las palabras de otro en cuestiones celestiales, pues vendrían de una mente igual de pequeña e insignificante que la suya. La decisión era, por tanto: no creo en Dios, hasta que yo misma demuestre lo contrario. Lástima que tardase unos años más en utilizar esa potente determinación para sí misma, para su propia vida, para esa absurda obediencia a las normas del comportamiento social.  Divina parecía vivir en dos mundos diferentes: uno interno, oscuro y enigmático; y otro externo dedicado a satisfacer las necesidades de los demás. En raras ocasiones daba un no por respuesta. Si entraba en una tienda, difícilmente se marchaba sin comprarse algo; no le gustaba decepci

Evangelio perdido: La rendición de Divina

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Creo que, poco a poco, uno se va cansando de sufrir. El vaso del dolor se va llenando, y llega un día en el que las gotas siguen cayendo, pero ya el recipiente es incapaz de contenerlas, porque rebosó. Ese día la vida toma otro carácter, otra textura, una nueva densidad; ese día uno deja de pedir aprobación, de buscar la mirada de aceptación en el otro; ese día uno deja el miedo aparcado en un reducto visible, para poder observar cuándo tiene intención de salir a pasear. Ese día uno comprueba que ya ni siquiera tiene fuerzas para detener el pánico, y es entonces cuando el pánico acampa a sus anchas por un cuerpo agotado, exhausto de tanto caminar. Y uno ve que el miedo es simplemente una ola que viene y va.  El impulso se detiene, observa, contempla, se rinde, se rinde a lo único verdadero que conocemos: que todo pasa, que nada es permanente, que todo es viento en constante movimiento. Nos asimos de lo perecedero como quien pretende contener el desierto en una cajita de mús